domingo, 8 de mayo de 2011

When the truth is... I miss you.

Sibyl acababa de escribir una carta con tinta negra. El borde del papel se había doblado mientras ella corregía sus frases. Pensaba cada palabra, queriendo que dijeran más de lo que parecía, que fuera sutil pero a la vez un mensaje fácil de identificar, inequívoco. Borraba, tachaba reescribía hasta que pensó que quizá debería pensar antes de escribir. Pasaron varios minutos, el silencio de la habitación la sacaba de quicio y comenzó a darse golpecitos en la frente con la yema de los dedos, de forma rápida y constante, casi automática. Observado desde fuera es de suponer que la solución al silencio era terriblemente peor que la enfermedad.
Tras un suspiro, los dedos de Sibyl pasaron a tener otra función, y sostenían la carta frente a sus ojos tratando de encontrar sus palabras. Escribió, tachó, y de nuevo el papel estaba doblado, pero esta vez no cogió uno nuevo, tomó el bolígrafo y finalizó.
La nueva carta solo contenía cuatro palabras, y Sibyl no sabía lo que quería decir con ellas, pero era lo único que se cruzaba por su mente. Lo único que de verdad pensaba, sin artificios literarios ni segundas intenciones. Te echo de menos.
Selló la carta y bajó las escaleras, encaminada hacia algún buzón. Encontró por el camino al conserje con un par de muchachos apoyados en un armario gigantesco. Uno de ellos se limpiaba la frente, mientras los demás se pasaban pedazos de pan unos a otros. Saludó con los ojos y continuó su camino.
En su cabeza figuraban millones de cartas selladas, cada una con una letra y dibujo distinto, miles de respuestas a su carta sencilla y simple. Cartas inmerecidas, que amontonaría jurando que no las desea leer. Centenares de palabras que alguien tatuaría en un papel, creando frases especiales y fantásticas y por supuesto, sencillamente imaginarias. Sibyl envió la carta con el destinatario escrito en mayúsculas negras, pero no había remitente.

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