domingo, 1 de marzo de 2009

Fin de trayecto.

A varias horas de terminar el viaje, habiendo acabado todas las trivialidades de las que conversar, y sin necesidad de horas de sueño, Sibyl se propuso crear un plan de futuro.
Nunca creyó en los planes, porque nunca se los tomó en serio. Los creaba, pero ni siquiera se proponía seguirlos.
Intentar cambiar el mundo sería demasiado complicado, y sólo el hecho de mejorar su vida le parecía imposible de alcanzar. Pero ella no se compadecía nunca, centraba todo lo que sentía en los demás. Estaba enfadada, cansada, y sin ganas de remediar ninguna de esas dos cosas.
Dos horas atrás, el hombre que se había sentado a su lado al principio, había cambiado su asiento por otro varias filas más alante, y ahora un nuevo pasajero ocupaba ese sitio. Un muchacho algo más joven que Sibyl, de ojos claros y pequeños, pelo castaño y dientes insultantemente limpios. Se acercó, dejando a un lado la maleta de Sibyl cuidadosamente.
-Hola -sonrió amistosamente.
-Hola -contestó Sibyl.
-¿Vas a Berlín? -preguntó.
-Eso creo -bostezó-. Imagino que tú también. ¿Puedo preguntar el motivo?
-Negocios -contestó, sin más.
-No sé por qué no me esperaba ese tipo de respuesta de alguien con...¿diecisiete años?
-Dieciocho recién cumplidos -sonrió, visiblemente orgulloso.
-Y... ¿qué clase de negocios?
-Familiares. Mi padre tiene un cliente allí, y quiere que me ponga en contacto con él personalmente.
-Vaya... Considero que los trabajos en los que se viaja son como un premio de lotería.
-Algo así -rió el muchacho-. Me llamo Eric.
Sybil suspiró exasperada, dejando escapar un pequeño gemido. «¿Te ha preguntado alguien, chavalote?»
-Sibyl -concedió.
-Ha sido un placer, Sibyl. -asintió Eric-. Nos veremos -añadió, levantándose con una sonrisa.
-Adiós -espetó ella.

Das el nombre y recibes a cambio una depedida. Bien.
Quedaban cuatro horas y nada que hacer, así que se acomodó y se quedó dormida.
La despertó un pitido leve que indicaba que habían llegado. Al fin. Recogió sus cosas y bajó del tren, respirando el nuevo aire, la nueva gente, sus nuevas sonrisas. Tardaría en encontrar alguna que recordar pero, aún así... Berlín sería su nuevo plan de futuro.

Tomó sus ideas y continuó avanzando por la estación, sintiéndose afortunada de no tener que encontrarse allí con nadie. Nadie que la abrazara, nadie que se ofreciera a llevar su equipaje, y nadie que la dijera lo mucho que había cambiado, o lo mucho que la había extrañado. Esa era una escena demasiado típica, y no la necesitaba. Sibyl se necesitaba a ella misma, como mucho, necesitaba conversación, pero no a otra persona. Nunca más.
Al salir de la estación, paró. Mientras esperaba un taxi buscó en un mapa de la ciudad un lugar en el que hospedarse, y encontró un pequeño hotel en la otra punta. Cuando devolvió el mapa a su bolso, se percató de que allí faltaba su pequeña caja de joyas. Pero ¿cómo había podido desaparecer? Hizo un pequeño repaso a su viaje en el tren y...

Ese Eric iba a tener que vérselas con ella.