jueves, 19 de febrero de 2009

Las calles me aprietan.

Era el momento de comenzar un viaje. No tenía claro el destino, pero aún así decidió ir a la estación de trenes antes incluso de que amaneciera. Pasaron dos horas y sólo cuatro trenes, ninguno llevaba un destino atractivo para Sibyl.
Se acercó a un casillero, tomó aire. Preguntó por las próximas salidas, y acabó decidiéndose por Berlin, era el viaje más largo y podría tomar el tren en cuarenta y cinco minutos. Cuando hubo abonado el precio del billete, se acomodó en un pequeño banco, cerca de las vías.
Durante la espera pensó en todo lo que llevaba en su maleta; fotografías, apuntes, un viejo revólver que dudaba que funcionase, algo de ropa y dinero. Se paró, por primera vez, a reflexionar sobre la lógica de su idea, y de si llegaría a algún lugar con esa maleta.
Empezó a plantearse si su huída estaba bien... comenzó a dudar, y entonces, el sonido del tren paró sus pensamientos.
Subió, y junto a ella un señor de unos cincuenta años, que contemplaba las farolas, aún encendidas. Eran las nueve de la mañana, pero la niebla impedía ver algo a más de dos metros.
-Buenos días, caballero -saludó Sibyl, tras quince minutos de viaje, soberbiamente aburrida.
-Buenas días, joven -respondió el hombre. -¿Qué le lleva a Berlín?
-Aún estoy pensándolo.
-Debería comenzar la conversación conociéndo su nombre.
-O quizá no. No espero volver a encontrale, Berlín es una ciudad muy grande y no creo que pase mucho tiempo allí, y además, no sé si necesite más de una conversación con usted, teniendo en cuenta que este viaje dura más de nueve horas.
-Así que sólo buscará mi nombre en caso de que merezca la pena conocerme.
-Yo no lo diría así, por supuesto. Tengo la intención de agradarle. Pero, básicamente, ha dado usted en el clavo. Y se lo digo porque no parece molesto -finalizó Sibyl, sonriendo.
-Interesante -respondió el hombre, tras unos instantes buscando respuesta.
-En realidad no lo es. Supongo que es el pensamiento más lógico, pero la gente no se para a pensar en la utilidad de un nombre.
-¿Qué daño podría hacer que conociera mi nombre, o que yo supiera el suyo?
-¿Y qué beneficio?

El caballero bajó la cabeza, sin encontrar algo con que rebatir la opinión de aquella desconocida, que parecía tener una visión demasiado peculiar de la realidad, o quizá sólo de la sociedad.
Sibyl esperó unos minutos, y suspiró de fastidio al no encontrar ninguna respuesta. Otro más. Le costaba encontrar personas que quisieran simplemente conversar. Una conversación, sin más.
Sibyl cruzó los brazos y resopló varias veces, haciendo notar su disgusto.

martes, 17 de febrero de 2009

Cerca del final...

...donde todo empieza.

Busco algo que seguir, busco un ideal, busco un ritmo, busco música, busco algo que no sea juzgado, y algo nuevo. Sacar esas cosas que necesitan que las de el aire. Y todo esto no lo puedo hacer sola.
Así que voy a crear una heroína, para mí. Confiaré en que cuando precipite hacia el vacío mi cordura, aparezca, y deje que caiga hasta tocar fondo. La cordura es un lastre para mi concepto de imaginación, al menos, en estos tiempos. Si lo tienes que imaginar, si no existe, es que es un imposible. Cordura e imposibilidad se contradicen.
Mi heroína. Tendrá sólo lo que necesito, porque será mi heroína, y puede que nadie más piense que merece esa calificación, pero no importa. Mi heroína. No será sin mí, y comenzaré a ser sólo con ella.

Sibyl Vane. Inexistente, irreal, imposible. No me enamoraré de ella, sino de su forma de arte, de su locura. Y la Sibyl de mi historia no será abandonada por ello. No morirá, porque en mí esta decidir si ha vivido alguna vez.

Sibyl, mi heroína.