lunes, 8 de junio de 2009

Tarde, pero vuelve.

Tumbada en la cama del hotel sin sábanas, esperó a que anocheciera. Estaba a miles de kilómetros de cualquier cosa que conociera, en una especie de huída, y ahora que había cometido la locura que deseaba, no sabía qué hacer.
Pasó horas mirando al techo, sin pensar. Hasta que recordó la promesa que se había hecho frente a las farolas, y se levantó lentamente hacia su nuevo objetivo. Al salir del hotel despidió inútilmente al conserje que se había quedado dormido sobre un libro de cuentas.
Eran las tres de lamadrugada y por un momento el sentido común se acercó a Sibyl. ¿Qué clase de personas iba a encontrar en la calle a esas horas?
Calmó esta idea pensando que si ella había salido, lo más probable es que se encontrara personas que se le parecieran. Los prejuicios han nublado la lógica del ser humano, pensó. Así que, con la mente tranquila, no dudó en alejarse del hotel.
Llevaba algo de dinero y tenía energía suficiente ya que apenas se había movido en todo el día. Viajar no la cansaba, pues siempre lo hacía sentada. De modo que tenía dinero y algo de energía, y sobre todo, tenía tiempo.
Se hallaba atravesando una calle antigua que terminaba en una pequeña plaza. todos los edificios que cercaban la plaza eran pequeñas construcciones que, por lo que Sibyl dedujo, eran viviendas. En uno de los edificios, el más alto, pudo observar un letrero desgastado. El alemán de Sibyl era algo rudimentario, así que algunas palabras se le escapaban. Sacó un diccionario básico de bolsillo y entendió que aquel lugar había sido un Oficina de recepción y envío de correspondencia. Probablemente la traducción fuera algo mucho más simple, pero en aquel momento "oficina de correos" no había pasado por su mente. En cualquier caso, el sentido era el mismo.
Las persianas de ese edificio estaban bajadas, y a juzgar por el desgaste del letrero, Sibyl supuso que hacía ya tiempo que había dejado de ser la oficina de correspondencia. Pero, sin embargo, el deterioro de aquella construcción debería ser mayor. Persianas caídas, cristales rotos... Eso sería mucho más lógico. Pero sin embargo, los cristales estaban en perfecto estado (aunque dos de ellos tenían un tono amarillento que los otros no tenían) y las persianas no dejaban entrever nada del interior. Ni una grieta. Sibyl pensó que el ayuntamiento habría destinado el edificio a alguna otra función, o quizá hubieran sido los vecinos los que consideraron que les podría ser útil.
Un ruido salió de una de las viviendas, Sibyl se giró y, al descubrir una ventana iluminada en el primer piso, localizó el lugar del que provenía.
Volvió a sonar, y era algo parecido a un golpe metálico, muy suave. Pasaron unos minutos y la luz de aquella ventana se apagó. Segundos después, un hombre abrió la puerta del portal. Tuvo que hacer un gran esfuerzo ya que las bisagras de la puerta estaban oxidadas, y el hombre parecia no querer hacer ruido.
Estaba tan centrado en su misión que no se percató de la presencia de Sibyl en el centro de la plaza hasta que pasó a medio metro de ella.
Saltó hacia atrás, sobresaltado. Un segundo después, dio las buenas noches, y continuó su camino.
Sibyl había contestado a la despedida del hombre con un ligero movimiento de cabeza, y contó sus pasos alejarse de la plaza. A los veintiséis paró de contar. El hombre había parado y Sibyl aún alcanzaba a verle. Para su sorpresa, aquel desconocido volvió sobre sus pasos, acercándose a ella.

domingo, 7 de junio de 2009

Dead on arrival.

Aquel era un lugar que no conocía y no quería conocer. Paseó por las calles de la ciudad en busca del pequeño hotel. Lo encontró a la vez que una familia adinerada de acento francés que atravesaba las puertas. A Sibyl le pareció que la comparación sería horrorosa, así que esperó antes de entrar, hasta que se difuminara el aroma a comodidad que destilaba aquella familia. En ese rato paseó alrededor del hotel y guardó cada detalle. Dos farolas estaban fundidas, una enfrente de la otra, y una pequeña bombilla que apenas encajaba sustituía la luz que faltaba de las farolas. Sibyl se propuso volver allí por la noche y contemplar aquel espectáculo en funcionamiento. De día, todo lo que podía hacer era imaginar el funcionamiento y significado del conjunto de aparatos.
En una de sus vueltas se encontró de nuevo frente a las puertas del hotel, y esta vez entró. Saludó cordialmente a un pequeño conserje que asomaba tímidamente entre una pila de papeles y un armario de llaves. Éste le devolvió el saludo, y le preguntó por su nombre y reserva, Sibyl contestó y negó la ayuda del conserje para llevar su equipaje. Su habitación estaba en la tercera planta, y para llegar a ella utilizó el ascensor, cuyos engranajes sonaban acatarrados, y el papel de las paredes se empezaba a despegar. Una bombilla se mecía en el techo del ascensor mientras se elevaba. Al llegar al tercero, Sibyl salió con cuidado, temiendo que al bajarse las piezas que formaban el pequeño habitáculo se separaran y cayeran hacia el sótano, haciendo que se quebrase aquella bombilla a la que deseaba poner un nombre. Encontró su habitación al final del pasillo. Era pequeña, pero estaba bien iluminada. Una nota pedía disculpas porque en el baño sólo había dos toallas. A Sibyl le pareció una disculpa estúpida, pues no necesitaba más. Viajo sola, contestó a la nota.
Yo viajo sola.