domingo, 7 de junio de 2009

Dead on arrival.

Aquel era un lugar que no conocía y no quería conocer. Paseó por las calles de la ciudad en busca del pequeño hotel. Lo encontró a la vez que una familia adinerada de acento francés que atravesaba las puertas. A Sibyl le pareció que la comparación sería horrorosa, así que esperó antes de entrar, hasta que se difuminara el aroma a comodidad que destilaba aquella familia. En ese rato paseó alrededor del hotel y guardó cada detalle. Dos farolas estaban fundidas, una enfrente de la otra, y una pequeña bombilla que apenas encajaba sustituía la luz que faltaba de las farolas. Sibyl se propuso volver allí por la noche y contemplar aquel espectáculo en funcionamiento. De día, todo lo que podía hacer era imaginar el funcionamiento y significado del conjunto de aparatos.
En una de sus vueltas se encontró de nuevo frente a las puertas del hotel, y esta vez entró. Saludó cordialmente a un pequeño conserje que asomaba tímidamente entre una pila de papeles y un armario de llaves. Éste le devolvió el saludo, y le preguntó por su nombre y reserva, Sibyl contestó y negó la ayuda del conserje para llevar su equipaje. Su habitación estaba en la tercera planta, y para llegar a ella utilizó el ascensor, cuyos engranajes sonaban acatarrados, y el papel de las paredes se empezaba a despegar. Una bombilla se mecía en el techo del ascensor mientras se elevaba. Al llegar al tercero, Sibyl salió con cuidado, temiendo que al bajarse las piezas que formaban el pequeño habitáculo se separaran y cayeran hacia el sótano, haciendo que se quebrase aquella bombilla a la que deseaba poner un nombre. Encontró su habitación al final del pasillo. Era pequeña, pero estaba bien iluminada. Una nota pedía disculpas porque en el baño sólo había dos toallas. A Sibyl le pareció una disculpa estúpida, pues no necesitaba más. Viajo sola, contestó a la nota.
Yo viajo sola.

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